El 31 de diciembre transitaba por la Carretera Transpeninsular hacia el norte, tras recorrer la península de Baja California con mi familia. Poco antes de llegar a Punta Prieta, alcancé a ver de reojo a un ave grande, que se alimentaba de algo sobre la carretera.
“Un zopilote”, dije.
“No, no es un zopilote”, me corrigió mi esposa. “¡Regresa!”.
Aprovechando el terreno plano, di una vuelta en U y retomé la carretera, ahora en dirección sur. Al acercarnos, fuimos reconociendo una silueta muy diferente a la de un zopilote. Con sorpresa comprobamos que el majestuoso animal que al vernos emprendió el vuelo era, ni más ni menos, un águila real.
En 40 años recorriendo la península, jamás había visto a la icónica ave de nuestro escudo nacional. El águila voló desde la carretera hasta un cardón cercano, cerca del cual estacioné para admirarla con detenimiento. Inmutable, el águila permitió que yo preparara mi cámara y tomara una serie inesperada de imágenes, mismas que se convirtieron en un regalo especial de fin de año que nos daba el desierto bajacaliforniano.
La presa del águila resultó ser un coyote pequeño, que no mostraba señales de haber sido atropellado. Su mitad posterior ya había sido devorada, evidenciando el esqueleto casi limpio. Arrastré al coyote fuera de la carretera, para prever que algún vehículo atropellara al águila cuando esta regresara a terminar su comida. Desde la cima del cardón, el águila parecía esperar, impaciente, a que yo siguiera mi viaje.
Ese será, para siempre, mi propio “Día del Águila Real”.
Autor: Gustavo D. Danemann, Director Ejecutivo de Pronatura Noroeste.