Fue un día extremadamente seco durante el mes de mayo. El calor arreciaba sin piedad, aún faltaba para la llegada de las primeras lluvias. Íbamos a monitorear aves en La Papalota, dentro de Marismas Nacionales, Nayarit. Nos acompañaron técnicos que documentarían a las aves playeras y marinas que habitan este majestuoso ecosistema costero.

Como si fuese un saludo de bienvenida, en la mismísima entrada del bosque de mangle, una manada de 30 coatíes jugueteaba entre las ramas. Gratamente sorprendidos, los técnicos no titubearon segundo alguno y registraron a los animales que brincaban inquietos. 

Con la suerte a nuestro favor, decidimos analizar detenidamente las huellas de los especímenes con la intención de registrar el tipo de marca que dejaban en los suelos secos típicos de la temporada. Todo iba bien, la mayoría de las huellas coincidían con la especie, excepto una.

Del tamaño del puño de mi mano, su forma claramente no era la del coatí. De inmediato comenzó la especulación: ¿a qué especie pertenecen? Todas las apuestas apuntaban al jaguar, un felino común en estos bosques costeros. Si era así, lo ideal era instalar cámaras-trampa que nos permitiera corroborar la presencia de la especie. 

Todos los planes fueron interrumpidos abruptamente. Crujido de ramas. Algo se movió entre la vegetación, a escasos 50 metros del grupo. Silencio. En segundos, las emociones estallaron. 

¡Era un jaguar! 

Con toda su imponencia, volteó y nos vio. 

Obviamente que los gritos de emoción espantaron al gran felino, que terminó por retirarse velozmente y desaparecer sin dejar rastro. Tratamos de seguirlo, pero fue imposible mantener su paso. 

Como registro del encuentro quedó una imagen de la huella junto a mi cachucha de Pronatura Noroeste.

Nunca había visto un jaguar en La Papalota. 

Fue mi primera vez. 

Autor: Mauricio Cortés, Coordinador Regional en Nayarit, Jalisco y Colima de Pronatura Noroeste.