Bitácora de la conservación: el festín de las orcas

Al embarcarse en un crucero de avistamiento uno se desconecta completamente de la tierra. Aquella expedición científica, enfocada en mamíferos marinos en el Golfo de California, nos llevó por días en el mar. El objetivo era registrar todo mamífero marino que se cruzara por nuestra ruta, había puestos dedicados exclusivamente a la observación. 

No creas, divisarlas entre el oleaje tiene su pericia. Se posicionan tres observadores y un anotador, repartidos en la proa y costados de la embarcación. Existe todo un protocolo, tiempos definidos. La vista se cansa de observar fijamente, por lo que los periodos de descanso son obligatorios.

Avanzamos con la misión sin contratiempos. Registramos ballena azul, ballena gris, ballenas jorobadas, ballena de aleta, orcas falsas, delfines. Todos maravillosos. Te das cuenta de la rica biodiversidad que habita en el Golfo de California.

Lo que estoy por contarte sucedió en el trayecto de Guaymas, Sonora, hacia la península de Baja California, a la altura de Santa Rosalía.  Parecía ser un día más de observación, últimos días del viaje. De nuevo, ballenas azules. Luego, el descanso. Había ánimo, compartimos alimentos, cuando de pronto, un observador gritó:

-¡Comedero!

En el léxico de los cruceros de avistamiento, comedero se refiere a un sitio donde detectan chapoteos intensos, la presencia de aves marinas, lo que nos indica que debajo hay cardúmenes de peces y otra especie depredadora. Todos salimos de prisa. 

En este caso, eran delfines.

Después hubo silencio. Todo en calma, demasiada calma.

Todos en el barco buscábamos a dónde se habían ido, cuando de pronto notamos un enorme grupo de delfines alejándose de nuestro punto a una gran velocidad. Iban rapidísimo. Avanzaron hasta un punto y cambiaron abruptamente su ruta, ahora hacia nosotros. Fue cuando emergieron aletas dorsales altas, oscuras: eran orcas. Un macho, varías hembras y otro tanto de juveniles.

Aquello avanzó con rapidez. No había duda, los delfines, que minutos antes cazaban a los peces, se habían convertido en la presa. Huían flanqueados por las orcas que hacían gala de su inteligencia para la caza.

Cuando el grupo de delfines llegó al punto más cercano del barco, volvió la calma.

Calma.

El silencio fue interrumpido por un delfín que voló por el cielo. Su primera presa. Un segundo cuerpo atontado con un coletazo. Aquello era el festín de las orcas. Presenciamos cómo las orcas adultas entrenaban a los juveniles a trabajar en equipo, a cazar. 

Lejos vimos un cuerpo. Nos acercamos a revisar. Cuando parecía que podíamos levantar el cuerpo del delfín, una orca emergió, mordió a su presa y se hundió con ella.

Autor: Sergio González, Coordinador Regional en Baja California Sur de Pronatura Noroeste.

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