La pesca sostenible y la conservación de aves playeras en Bahía Tobari, a través de los ojos de una niña pescadora de 11 años

El 11 de febrero se celebra el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia. Esta efeméride nació en el año 2015 para fortalecer el acceso y la participación plena y equitativa en la ciencia para las mujeres y las niñas, además para impulsar la perspectiva de género.

En Pronatura Noroeste fomentamos el desarrollo de capacidades en sitios naturales prioritarios, en el marco de la Educación para la Conservación. Un ejemplo es la actividad que mantenemos en la región del Tóbari, una comunidad indígena Yoreme, de donde es nativa Estrella, la protagonista de la historia que aquí presentamos. Junto con sus padres, Estrella promueve la conservación de las aves en su comunidad con pláticas y talleres de educación ambiental y la pesca sostenible, a través del llenado de bitácoras electrónicas con pescadores de la zona. Hemos proyectado su historia unos años al futuro, para expresar el impacto que tiene forjar una conciencia ambiental en la niñez. 

Bahía Tobari es uno de los sitios de conservación más importantes en el noroeste de México para la invernada de las aves playeras: alberga entre 3 y 4% de la abundancia de estas especies en la región, con una población reproductora de más de 600 ostreros americanos del Pacífico (Haematopus palliatus frazari), lo que representan más del 22% de la población total de la subespecie. Desde 2019 colaboramos con los promotores ambientales de Bahía Tobari, para promover temas como pesca sostenible, aves playeras y contaminación por plásticos. 

Te invitamos a conocer a Estrella y, a través de sus ojos, admirar los efectos positivos de la conservación y la pesca sostenible en Bahía Tobari. 

Estrellita marinera 

Cuento adaptado de la historia original “Las mujeres en la pesca” de Ivette Castañeda García, Especialista en Gestión Comunitaria, WCS Perú.

Autor: Lizz González Moreno, coordinadora de Educación para la Conservación.

Estrella es una mujer de 35 años que vive en una comunidad ribereña en Sonora. Esta región se caracteriza por una amplia variedad de humedales, como esteros, planicies de marea, manglares y aguas marinas abiertas que son fuente de abundantes recursos. 

Desde muy pequeña, Estrella, siendo hija única, iba con su papá a las faenas de pesca. Aprendió este arte y lo recuerda con entusiasmo: sabía remendar las redes de pesca, preparar carnada para las trampas, alistar los materiales para la embarcación y acomodar el lonche (refrigerio) para saciar el hambre durante la jornada. Su padre le enseñó a pescar con gancho, chinchorro y trampas. Con el gancho extraía callo de hacha; para pescar la almeja caminaban por horas en la playa, buscándolas con los pies. A veces se lastimaba, pero eso a ella no le importaba. Era divertido preparar las trampas para la jaiba. En ocasiones Estrella se cansaba y tomaba un descanso para continuar el trabajo con su héroe, su papá. 

Con el tiempo se hizo hábil para usar el chinchorro con el que atrapaban mantarraya y las trampas para cangrejos, caracol y peces, que son todas diferentes. Para la captura de jaiba se emplean artes de pesca selectivas y sustentables, como trampas y aros de alambres galvanizados, técnicas que los pescadores trabajan a mano. Además se emplean trampas rectangulares con malla de alambre. 

Estrella estaba pendiente de tener la carnada lista. Conocía la ubicación de las trampas y todos los detalles que su papá le encargaba, ya que era muy organizada. 

Sin embargo, no todo era miel sobre hojuelas en la pesca. A veces estando en marea (como se dice cuando los pescadores se adentran en el mar) les llegó a caer un norte. Hubo ocasiones en las que creyeron que no la libraban… Su papá le decía: “Estrella, ya no vas a venir a pescar conmigo, es muy peligroso.” Por unos días ella se quedaba a reparar las trampas y redes con su mamá, aunque insistía en que la llevaran a pescar nuevamente. 

Estrella era feliz al trabajar en la pesca. Le molestaba que otras niñas se burlaran de ella, pues decían que era una niña y las niñas no pescan. Los pescadores decían a su papá  que ella era una señorita, y por ello, debía quedarse en casa, ayudando a su mamá. Su papá les respondía: “En casa todos ayudamos. Estrella y yo pescamos, por la tarde ella va a la escuela y su mamá y yo hacemos la comida y las labores del hogar.” No faltaba quien llamara a su papá mandilón, pero el padre de Estrella contestaba: “Si amar a mi familia es ser mandilón pues ojalá hubiera más mandilones en este pueblo. Así las cosas serían muy diferentes.” 

Conforme crecía, Estrella se dio cuenta que la actividad de pesca era pesada y cansada; tal vez por eso decían que era una tarea para hombres. Ella se las ingeniaba para sacar adelante el trabajo; sacaba las redes y trampas del agua con lentitud para no cansarse tanto. Se ganó el respeto de los pescadores y de sus amigas y primas que la acompañaban a pescar para “sacar una lanita extra” y apoyar con la economía del hogar. 

Estrella y su familia siempre destacaron en el pueblo, como una familia con valores y amor a la naturaleza. Su mamá daba clases de educación ambiental, y Estrella y su papá le ayudaban a organizar recorridos de observación de aves y limpiezas de playas. A ella le gustaba observar a las aves playeras por el telescopio que utilizan los investigadores; de esa manera apreciaba su comportamiento en el hábitat y admiraba su hermoso plumaje. Algunos investigadores llegaban a vivir a su comunidad, pues es una zona rica en recursos pesqueros, con presencia de aves de importancia internacional. Estrella aprendió mucho de ellos y forjó una fuerte pasión por las aves. Años después logró visitar lugares de todo México y el mundo, llevando en alto el nombre de su comunidad. 

En su formación aprendió idiomas, biología y docencia, lo que era su sueño. Pronto se convirtió en un ejemplo para mujeres de otras comunidades que querían pescar y luchaban por conseguirlo, ya que era un espacio dominado por los hombres. Poco a poco la gente veía con buenos ojos que hubiera más mujeres pescadoras. Las nuevas generaciones querían ser como Estrella, la niña pescadora del pueblo. 

En sus viajes Estrella conoció a mujeres con las que compartió experiencias inspiradoras. Una de ellas fue Ciry, una gran comerciante y permisionaria que tenía pangas y trabajadores a su servicio. Ciry daba trabajo a mujeres y hombres sin distinción, gente trabajadora. Ella le platicó a Estrella que no le resultó fácil, pues al inicio los pescadores criticaban su perseverancia. Después de mucho esfuerzo logró sobresalir en un mundo de hombres. 

Otra mujer admirable era Sory, también dedicada a la pesca. Aunque sin ir a marea, Sory formaba parte de la cadena de valor del producto, al desenmallar, deschurupar (eviscerar y limpiar el pescado) y arreglar redes. Las mujeres pescadoras como Sory no eran tomadas en cuenta igual que los hombres. No recibían subsidios del gobierno, salario justo ni condiciones dignas de trabajo. Además, Sory era investigadora innata, una mujer apasionada por las aves, al igual que Estrella. Ambas compartían el gusto por la  naturaleza y el cuidado del medio ambiente.

Como podemos ver, en sus viajes y experiencias Estrella descubrió que las mujeres, al igual que los hombres, pueden hacer lo que se proponen. Para lograrlo no existe límite, ni limitación por edad o género. Ella y otras mujeres, con apoyo de organizaciones de conservación, han formado alianzas para compartir sus experiencias y alcanzar mejores beneficios para sus familias. Aún resta mucho por hacer, pero Estrella y sus amigas trabajan unidas para transformar la realidad en cada vez más comunidades. 

Este cuento no termina aquí. Sé parte de la historia para escribir juntos nuevos casos de éxito con mujeres en la ciencia y la pesca. 

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